Delante del espejo
pinta sus labios; ya se ha maquillado los ojos, intentando disimular sus ojeras
y su triste mirada, ha puesto color en sus mejillas para tapar la palidez de su
cara.
Se perfuma con un intenso olor a lavanda, coge
un collar de cuentas blancas que tenía
encima de su cómoda, se lo pone sobre el blanco vestido, vuelve a mirarse en el
espejo, que refleja el frío de su alma.
Aparta su mirada. Se pone unos diminutos
pendientes y suspira quedamente; quiere
tardar una eternidad, quiere tardar toda una vida en estar lista, intenta
demorar el momento de bajar las escaleras que la llevarán delante de miradas
indiscretas.
Toma asiento encima de la cama para coger los
zapatos, se calza con tanto esfuerzo que parece que llevase una gran carga, con
sus pies cubiertos se levanta y se acerca a la ventana.
Sus ojos miran al cielo, hoy con el sol más
helado del mundo.
Mira el horizonte, allí donde se funden el
cielo azul y el verde campo.
Resbalan lágrimas por sus mejillas; cierra los
ojos intentando taponar sus emociones,
deseando no
escuchar su corazón.
Unos suaves golpes en la puerta hacen que
intente recomponerse.
Alguien le insta a que no se demore más.
Se acerca a su solitaria cama, limpia y
pulcra, sin mancha. Testigo mudo de sus noches en vela, de sus madrugadas
bañadas en lágrimas, del dolor y del deseo de su corazón, de su lucha contra la
razón, testigo de su pena y su desventura.
Coge un pequeño ramo de flores, lo pone entre
sus manos, se acerca de nuevo a la ventana.
Ahora no mira más allá, mira lo más cercano,
con la esperanza de que algo o alguien venga en su auxilio.
De nuevo unos nudillos en la puerta le
apremian, no puede tardar más.
Con un peso infinito sobre su espalda arrastra
los pies para cruzar la habitación, abre la puerta, la esperan con una gran
sonrisa, le tienden un brazo y ella se deja guiar escaleras abajo.
Cada peldaño que baja es un puñal en su alma,
cada vez está más cerca de su desgracia.
Allí abajo todos miran y sonríen, ella baja su
mirada.
En un momento se ve dentro de un coche camino
a su infortunio.
Cierra los ojos para no ver nada, reza a
ningún Dios, sabedora de lo que no tiene solución.
Escucha un fortísimo frenazo, abre los ojos y
ve como un camión se abalanza sobre ellos.
Sonriendo plácidamente se entrega a la muerte.
Mientras su blanco vestido se va tornando de
un rojo intenso, ella respira por última vez, feliz y liberada... balbuceando
el nombre de su amada...
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