Traspaso el umbral de la puerta que define el límite entre lo moral y el vicio, la fantasía, el todo vale, la desvergüenza y el placer, donde los cuerpos son receptores de caricias y no importa el nombre ni la edad de nadie.
Traspaso, por enésima vez, la línea que me lleva a mi libertad, donde no tengo que aparentar ni fingir, tampoco dar explicaciones.
Salto al vacío de miradas llenas de deseo, de manos ávidas, de susurros que caldean el ambiente.
Me entrego a la lujuria de lenguas tan extrañas como deseadas, disfruto de los roces, de las delicias que voy palpando, hasta que todas mis terminaciones nerviosas me piden mucho más, y me desato, tirando mi identidad por la ventana, dispuesta a vivir para gozar...