No dolían las grietas que se iban formando en mi piel tras hundir y debilitar las capas que cubren mis brazos con aquel artilugio lacerante, que al mismo tiempo se clavaba en la palma de mi mano contraria.
Nada de ello dolía. Lo que me mataba era la tortura de saberme abandonada a las fauces de la vida, en completa soledad, zarandeada por los vientos que me llevaban, entre una ráfaga y otra, a descubrir abismos, infiernos, angustias...
Mi vida acabó de golpe. Perdí a mi amor, a mi madre, a mi pequeña, una casa donde vivir, mi sustento económico, mi adorada perrita, mi salud, mi vitalidad, mis ganas, mi fuerza...
Lo único que quedaban eran cuchilladas que me iban arrebatando más y más cosas, más y más paz, más y más esperanza.
Toqué techo, no hubo salida aunque no quería herir a mis hijos. La poca fuerza que se resistía en mí, acabó derramándose por debajo de la puerta, buscando y gritando aquello que, solo ello, podía salvarme.
25 de abril de 2021