Con miedo en
el cuerpo; sin más pertenencias que un billetito escondido en su ropa interior,
su falda y su gastada camisa.
Veintidós años
en canal en aquel menudo cuerpo.
Todo lo que su
pobre familia había conseguido ahorrar durante varios años era su pasaporte a
una mejor vida.
La noche
anterior no consiguió dormir; incertidumbre ante lo nuevo, pena por su
separación de padres y hermanos, temor a ser descubierta y no lograr su fin.
Las noticias
que les llegaban hablaban de bonanza, así podría dar de comer a los suyos.
El día lo pasó
visitando a familiares y amigos, despidiéndose sin saber si los volvería a ver,
aunque mejor no verlos en muchos años, de lo contrario significaría su derrota,
la ruina de su familia y el deshonor por no haber estado a la altura que todos
esperaban.
Por la tarde
inició su viaje, algunos kilómetros a pie y otros en un pequeño carro.
Al llegar
buscó a quién iba a transportarla, le entregó toda la fortuna atesorada con el
sudor y sacrificio de tanta gente y le dijeron que había que esperar hasta bien
entrada la noche.
Las horas se
hicieron eternas, los nervios en aumento, el cansancio y el hambre llamando a
su puerta.
No perdía ojo
a todo el que venía, compañeros de viaje esperando junto a ella.
De pronto,
unas rápidas explicaciones y todos al pequeño barco de sus sueños.

Muchos eran
para tan pequeño bote, unos pegados a otros, mirándose con recelo, si alguno se
ponía nervioso, si alguno gritaba y delataba darían cuenta de él…
Comenzaron el
viaje en el más profundo silencio, sin moverse para que nadie los viera.
Reinaba la oscuridad
más absoluta; cielo y mar eran negros, como sus propias pieles.
Al cansancio
terminó por unirse el dolor por estar apretados y no poder moverse.
Las horas
pasaban lentamente y no veían más que negrura, parecía que no avanzaban.
Con mucho
esfuerzo se hizo de día y en silencio y
con mucha cautela siguieron la marcha; ahora por lo menos veían el sol, el azul
del mar y las caras de sus compañeros.
Tras una
rápida mirada vio que con ella iban otras dos chicas, más o menos de su edad,
los demás eran varones.
Ellos no
tuvieron reparos cuando la vejiga empezó a llenarse; ellas se lo pensaron mil
veces y cuando ya no hubo manera de aguantar, se comieron la vergüenza y
delante de todos tuvieron que evacuar,
Si larga fue
la noche, interminable el día, se les cerraban los ojos, pero se vigilaban los
unos a los otros y nadie se dormía.
Con el cuerpo
entumecido y crujir de tripas vacías dieron a la noche la bienvenida.
Y en el más
mortal de los silencios y en la más negra oscuridad tres infames bestias, ante
el silencio de los demás, desfloraron su cuerpo, lastimaron sus intimidades y
encogieron su corazón sin poder ni siquiera gritar por la amenaza sabida.
Unos ojos
voraces y perversos se grabaron a fuego en su memoria y tuvo que cerrar los
suyos…
Cuando los
volvió a abrir se encontró tumbada en la arena de una playa al resguardo de una
escasa vegetación y en compañía de una de las otras chicas.
Ella le contó
que habían sufrido la misma deshonra, habían llegado a tierra y habían saltado
del bote; arrastrando los pies, desfallecidos, cada uno se marchó como pudo, a
ella le ayudaron a bajar entre unos cuantos y tuvieron que esconderla como
pudieron ya que no podía ponerse en pie.
Ya no quedaba
nadie, solo ellas.
Con todo el
esfuerzo del mundo se pusieron en marcha a ninguna parte.
Y a partir de
aquí nada fue como se lo pintaron en su aldea, no llegaron al Edén ni a la vida
cómoda.
Llegaron al
miedo de ser descubiertas, a las carreras para que no las pillaran, a las
miradas y las malas palabras de la gente, al dormir a la intemperie, a pasar más
hambre, a la injusticia social, a la incomunicación verbal, a la soledad.
Llegaron con
muchos sueños y las manos vacías, vinieron para darles una vida mejor a los
suyos, a los que dejaron tan lejos y viven engañados creyendo en su éxito.
Y el único
premio que han recibido en esta tierra nuestra es la desconfianza, la poca
ayuda, las burlas y el desaliento.
Su éxito de
cada día es conseguir un cliente que les asquea pero que les permite tener un
plato caliente en la mesa después de horas enteras pasando penurias.
En las
madrugadas las podéis ver paseando su dolor y tristeza por alguna calle de
Madrid.
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