Mi
ventana cerrada. Noche de casi verano en la calle más céntrica. Me
llega de afuera una música más alta de lo que yo quiero soportar,
golpazos de puertas de coches, ruidos a montones, alguien arrastra
algún cubo o alguna cosa pesada, risas y gritos al compás de una
fiesta que deseo termine lo antes que pueda. Voces de niños
completan la escena.
Niños
gritando palabras de más envergadura que ellos, haciéndose los
grandes delante de sus semejantes. Jóvenes riéndose a gritos
mientras revientan algún vaso o botella contra el suelo. Algún
padre borracho llamando a su adorado niño, ése que no deja de
golpear los cierres de una tienda.
Un
coche que arranca como si su vida fuese a expirar y tuviese que
correr para alcanzar al tiempo, el que hoy me parece que no avanza.
¿Cuándo se van a dormir y dejan de molestar?
Mi
niño, en la cuna, se mueve y balbucea, como se despierte... ¿a quién
le importa más que a mí?
Y
no ha llegado el verano todavía, y no es época de fiestas,
patronales o no, que se entiende y hasta yo salgo a divertirme. Son
días de trabajo y de cole, son jueves, viernes, sábados y domingos donde
hay este jaleo durante todo el día, pero por la noche es bastante
cansino, que se vayan a su casa a chillar.
Ésta
es una calle donde los pocos vecinos que somos no tenemos sitio para
el coche, todo hijo de vecino va al bar motorizado y traen a los
niños a jugar en sus limusinas, no se vayan a malograr por un camino
de 500 metros (lo que no tengo seguro es quién no se debe malograr,
si los niños o los papás) y es una calle sin salida, así que es
una vía donde la mayoría de los días hay algún pequeño
accidente por alcance entre los que están aparcados y los que se
encajonan sin saber maniobrar.
Como
veis es una delicia si no tienes el cuerpo de jota, aunque de vez en
cuando se anima y puedes contemplar en directo donde llegan el
alcohol, los machos y los que lo arreglan todo a puñetazo limpio.
Viva
mi calle, pero que viva más lejos del centro, cachis...